martes, 22 de mayo de 2012

Polanski: un quimérico voyeur en letras (II)





Entre personajes incomprendidos

Aunque Polanski haya mostrado en más de una ocasión su intención de ser fiel a las obras que adapta, también ha enfatizado que él no es un adaptador neutro. Por eso, sus filmes literarios difícilmente podrían ser encasillados en lo que José Luis Sánchez Noriega clasifica como “adaptaciones por ilustración”. De ahí que sus preferencias casi siempre parcelada por motivos de producción estén encaminada a obras con “suficiente potencial cinematográfico”: ricos y simbólicos detalles visuales, espacios intercalados y dinámicos, acción concentrada, diálogos ágiles, etc. Y cuando esto no es posible, es decir, cuando la obra de partida tiene una intensa carga literaria, difícilmente aislable sin que estas partes trastocadas quiebren su esencia, el director polaco se las ingenia para traducir el material puramente literario a un lenguaje cinemátográfico que domina y que hace de su obra un cine sui géneris. Así pues, no es extraña la reducción del lenguaje lírico de la genial obra de William Shakespeare, Macbeth, sin que el oído deje de percibir con gratitud la musicalidad, el brío y la pompa del autor anglosajón, o la materialización visual de espacios implícitos, opacos o de mero tránsito en La muerte y la doncella de Ariel Dorfman.


Pero la elección en Polanski va más allá de aquellos aspectos que en principio pueden ser más felices y acomodaticios para el arte del cinematógrafo. En él hay una pulsión recurrente que hace que en sus adaptaciones, curiosamente, el director polaco sea más Polanski que nunca. Es decir, tras el visionado de La semilla del diablo, El quimérico inquilino o en cierto modo también La muerte y la doncella, se tiene la impresión de que estas obras no son muy diferentes a ideas originales suyas. Esto se debe a varios aspectos: a su visión particular del mundo, que lo conecta con personajes aislados e incomprendidos y con tramas de atmósferas asfixiantes; su tendencia al absurdo, a la violencia gratuita y al existencialismo; y a su trayectoria vital.


Polanski siempre se ha inclinado hacia obras de personajes nucleares y fuertes, cuya visión, conducta o destino estuviese en pugna con el orden establecido. A veces, estos personajes manifiestan su incomunicación a través de una sensibilidad distorsionada hacia lo que les rodea. En ellos, emparentados a la bella Carol Ledoux (Catherine Devenue) de Repulsión, se observa cómo su relación con lo cotidiano es frágil, divisoria, confrontación que también se da hacia los personajes "normales" que cohabitan con ellos o que transgreden su universo, y que parecen pertenecer a un orden distinto al que ellos pertenecen. La atmósfera se concentra y los agobia, las aristas del mundo son extensibles brazos amenazadores, también amenazadores a nosotros que observamos su realidad desde su perspectiva. Incluso, entre la vigilia y la locura, las formas de la realidad se ondulan como caldeadas a fuego y los espejos dejan de ser reconocibles a sus miradas tal como ocurre en La semilla del diablo y en El quimérico inquilino, respectivamente. Pero no siempre la barrera de la otredad tiene su germen en el desequilibrio mental de los personajes. A veces, estos seres fronterizos lidian con una realidad verificable que los aisla del mundo, ya sea por racismo en El pianista; por división de clases sociales en Oliver Twist; o por ideología en La muerte y la doncella. En Tess, por ejemplo, la joven Teresa se encuentra en un limbo social, en una suerte de tierra de nadie en la que no es bien vista ni por la aristocracia ni por la clase trabajadora. Igualmente ocurre con Paulina en La muerte y la doncella, que ve cómo su terrible trauma es un tránsito de olvido impuesto en el doloroso camino de la dictadura a la democracia.

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