Entre
personajes incomprendidos
Aunque Polanski haya
mostrado en más de una ocasión su intención de ser fiel a las obras que adapta,
también ha enfatizado que él no es un adaptador neutro. Por eso, sus filmes
literarios difícilmente podrían ser encasillados en lo que José Luis Sánchez
Noriega clasifica como “adaptaciones por ilustración”. De ahí que sus preferencias —casi siempre parcelada por motivos de producción— estén encaminada a
obras con “suficiente potencial cinematográfico”: ricos y simbólicos detalles
visuales, espacios intercalados y dinámicos, acción concentrada, diálogos
ágiles, etc. Y cuando esto no es posible, es decir, cuando la obra de partida
tiene una intensa carga literaria, difícilmente aislable sin que estas partes trastocadas quiebren su esencia, el director polaco se las ingenia para
traducir el material puramente literario a un lenguaje cinemátográfico que domina y que
hace de su obra un cine sui géneris. Así pues, no es extraña la reducción del
lenguaje lírico de la genial obra de William Shakespeare, Macbeth, sin que el oído deje de percibir con gratitud la musicalidad, el brío y la pompa del autor anglosajón, o la materialización visual de espacios implícitos, opacos o de mero tránsito en La muerte y la doncella de Ariel Dorfman.
Pero la elección en
Polanski va más allá de aquellos aspectos que en principio pueden ser más
felices y acomodaticios para el arte del cinematógrafo. En él hay una pulsión recurrente que hace
que en sus adaptaciones, curiosamente, el director polaco sea más Polanski que
nunca. Es decir, tras el visionado de La
semilla del diablo, El quimérico
inquilino o en cierto modo también La
muerte y la doncella, se tiene la impresión de que estas obras no son muy
diferentes a ideas originales suyas. Esto se debe a varios aspectos: a su
visión particular del mundo, que lo conecta con personajes aislados e
incomprendidos y con tramas de atmósferas asfixiantes; su tendencia
al absurdo, a la violencia gratuita y al existencialismo; y a su trayectoria
vital.
Polanski siempre se ha
inclinado hacia obras de personajes nucleares y fuertes, cuya visión, conducta
o destino estuviese en pugna con el orden establecido. A veces, estos
personajes manifiestan su incomunicación a través de una sensibilidad distorsionada hacia lo que les rodea. En ellos, emparentados a la bella Carol
Ledoux (Catherine Devenue) de Repulsión, se observa cómo su relación con lo cotidiano es frágil, divisoria, confrontación que también se da hacia los personajes "normales" que cohabitan con ellos o que transgreden su universo, y que parecen pertenecer a un orden distinto al que ellos pertenecen. La atmósfera se
concentra y los agobia, las aristas del mundo son extensibles brazos amenazadores, también amenazadores a nosotros que observamos su realidad desde su
perspectiva. Incluso, entre la vigilia y la locura, las formas de la realidad se ondulan como caldeadas a fuego y los espejos dejan de ser reconocibles a sus miradas tal como ocurre en La
semilla del diablo y en El quimérico
inquilino, respectivamente. Pero no siempre la barrera de la otredad tiene
su germen en el desequilibrio mental de los personajes. A veces, estos seres
fronterizos lidian con una realidad verificable que los aisla del mundo, ya sea
por racismo en El pianista; por
división de clases sociales en Oliver
Twist; o por ideología en La muerte y
la doncella. En Tess, por ejemplo, la joven
Teresa se encuentra en un limbo social, en una suerte de tierra de nadie en la
que no es bien vista ni por la aristocracia ni por la clase trabajadora.
Igualmente ocurre con Paulina en La
muerte y la doncella, que ve cómo su terrible trauma es un tránsito de olvido
impuesto en el doloroso camino de la dictadura a la democracia.
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