lunes, 14 de mayo de 2012

PATRAÑAS SIDERALES O CÓMO VIAJAR A LA DERIVA CON ROD SERLING


Aún conservan mis papilas gustativas el buen sabor de boca que me dejaron, hace milenios, los episodios de La dimensión desconocida. Llevaba yo entonces más tiempo perteneciendo al universo, en forma de idea absoluta, que a mis congéneres en la tierra. Por eso, cuando me sentaba frente a la pantalla, y contemplaba las llanuras siderales y los mares de la calma en las lunas de Júpiter y Marte, me sentía como en casa.
Hoy, casi treinta años después de aquellos viajes astrales, cuando áun escucho en el viento los sones de la sinfonía cósmica de la que mi ser proviene, me envuelve una sensación extraña, inédita, como aquel entonces. Dejà vecu.

Tanto y tan intenso es el poder de un relato para despertar el alma primitiva que mora en el ser humano, desde el principio de todos los principios. Como si una memoria antigua, preternatural, se guardase en los genes y evolucionase con ellos, y hubiera sido enhebrada al calor de las fogatas, en la boca de las cavernas, allá en el amanecer de la historia de los hombres.

Despiertan en mí esos relatos ficciones de otra vida, de otro cuerpo, quizás de otros mundos, en lejanas galaxias. Quizás Dios exista, y crea en mí aunque yo en él tenga mis dudas. Un padre eterno que inventó el cuento más hermoso: la Creación. 

Navegan, como naves nodriza, mis ojos por los textos que dieron pie a algunos de los más atrevidos episodios de La dimensión desconocida. Una indicación suya basta para deshacer todo el entuerto encerrado en el misterio de las estrellas, para convertir la claridad en sombras. Breve latido. Mortal intensidad. Apocalipsis.
Cuando sienta que el abismo me llama, cuando esté a punto de regresar al lugar del que vengo, y dejen de tener sentido los segundos (anatomía del fugaz instante) penetraré en una geografía nueva, hecha de luz y de palabras. Tendré, llegado el momento, preparada la maleta del último viaje: mi harapiento traje hecho con versos de Homero, el par de mudas verdes confeccionadas con cuentos de Chejov y, cómo no, mi  viejo guardapolvo estampado con patrañas de Rod Serling.

Francisca Castillo

 

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