jueves, 10 de marzo de 2016

Vincent, Vincent


Vincent (1982), el primer corto animado de Tim Burton, es un canto de pasión, el primero, a los cuentos de Poe. Y en más de un sentido. Apenas seis minutos bastan al inclasificable, barroco y fecundo realizador para evocar la estética de Entierro prematuro, Berenice o El cuervo: la torva, la siniestra oscuridad poblada de voces, de gritos, de susurros que, entrelazados, desencadenan un triste graznido: ¡Nunca más! 




Vincent Malloy (años: siete, la edad de la razón) quiere ser como su tocayo, el gran Vincent Price, pero tiene un toque de jovencito Frankenstein quien, al envejecer, engendraría a Eduardo Manostijeras y le daría un corazón humano…Deus ex machina. Era 1990 y eran Burton y Price. Y el mundo por montera. Verónicas, pasodoble y Johnny. Olé. 



Sí, Burton y Price. El primero contó con el segundo para narrar el corto, un corto rimado, o sea, que Price se recitó. Vamos, que se dio un homenaje a sus magníficamente llevados setenta (la edad de la razón, ¡por diez!) y con motivo celebraba sus bodas de plata con Roger Corman (otro adorador del de Boston) con un poco de adelanto, eso sí, para saborear lentamente las mieles del triunfo, y su regusto le dejaría buen sabor de boca una década más.  

Duradero el elixir cuando se hace lo que se ama, y se ama lo que se hace…




Por Paqui Castillo Martín

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