¿Por
qué los relatos de Edgar Allan Poe, casi doscientos años después, mantienen
toda su frescura y “actualidad”? ¿Qué es lo que nos hace estremecer una lectura
tras otra? ¿Dónde se hallan las fuentes de este manantial cuyas aguas no se
agotan, y que dan de beber por igual a la música y a las artes visuales,
llámense cine o pintura? Poe fue un hombre de vida dura, hasta el extremo
miserable, y breve por añadidura. Pero su levita raída, apenas calentando el
frágil cuerpo, ocultaba el brillo del iluminato, profeta de los tiempos
modernos o conciencia extendida hacia horizontes lejanos apenas intuidos por el
común de la especie: viajero interestelar, Blade Runner de ojos ala de cuervo
triste, abiertos de par en par como laberintos. Su febril inteligencia,
preternaturalmente conectada con el pulso del universo, racionalizó en un gran sistema
sensible todos los temas que han preocupado, preocupan y preocuparán al
hombre: aprender por medio de preguntas últimas el sentido de la vida
(filosofía), creer en aquello que no tiene explicación, y que desencadenan
fuerzas más allá de nuestra comprensión (religión, con especial interés en su
caso en el paganismo originario del Creciente Fértil, Egipto y Grecia clásica),
y saber (ciencia, incluidas las ciencias ocultas, el hipnotismo y los
experimentos de Mesmer, adelanto de la moderna psicología).
Una
atmósfera decadentista, erótica, exótica, completa el fértil retrato oval de
unos cuentos subyugadores, de lenguaje expresivo, superlativo, antonomástico.
Poe desencadena potentes imágenes cuyo colorido, agresividad, plasticidad y
capacidad para herir sensibilidades hacen de su obra una materia prima
especialmente fluida y maleable, fácilmente entregada al noble arte de la
adaptación y, en un desbordamiento de creatividad, al empeño en una personal y
propia lectura original.
En
esta minúscula reflexión solo nos vamos a detener en el caso de las
adaptaciones y re-creaciones cinematográficas, que es el objeto principal de
nuestro debate. Al sumergirnos en el mundo literario de Poe sentimos muy cerca,
como una impresión mágica, la huella de su alma atormentada. Las adaptaciones o
re-creaciones a partir suyo intentan evocar, con sus propios y peculiares
medios, ese ambiente gótico, a la vez romántico y grotesco. El cineasta, en
tanto gran imaginador, cuanto más se aleja del texto en cuanto a léxico visual
se refiere, más es él mismo, más profunda es la impronta de su interpretación
personal. Es lo que sucede con 'El pozo, el péndulo y la esperanza' (1984) de
Jan Svankmajer. El checo consigue transmitir toda la tensión del texto a través
de la banda sonora, la planificación, la iluminación, los efectos visuales y la
angulación. Ratas, gusanos y otras criaturas del Inframundo pululan por la
cárcel toledana. El atrezo onírico permite la epifanía de la gárgola y su
mandíbula dentada, mecanismo de poleas que accionan un violín sonando a ritmo
de heavy metal, infierno en la tierra, fragua de Vulcano o Saturno
devorando a sus propios hijos, fábula goyesca del periodo oscuro. Cualquier
gesto vale, desde el mural hasta el ícono de unos pies descalzos, entrelazados,
emblema del Cristo crucificado y más tarde resurrecto…
Jean
Epstein (1928), en cambio, desencuadernó el cuento, lo rompió en infinitos
pedazos, los lanzó al aire y rescató, de una vez y para siempre, el topos
vampírico de la amada cadáver. Llamas, velos, un ataúd fantástico, la luna, un
lago…y la casa en representación de una estirpe vacía ya de simiente y que se
extinguirá con sus habitantes: el neurótico Roderik y la bellísima, la
enfermiza y sin embargo inmortal Madeline Usher. ¿Somos realidad o visión?
¿Soñamos, o nos sueñan? Dudas y certezas conviven en la perturbada mente del
narrador – protagonista, que no sabe si ha desposado a una sílfide o náyade ni
si el cortejo angelical que la rodea es deudor de los excesos del opio o de un
quijotesco consumo de libros de hadas. De cualquier manera la mezcla de
ingredientes es explosiva, y sigue circulando por las venas del inteligente
cine de Tim Burton, verbigracia. Escalofriante goce garantizado per saecula
seculorum. Cuanto menos.
Por Paqui Castillo Martín
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