Dentro de mí
La vieja bruja me advirtió que Él estaba dentro.
"Demonio, ente o trasgo, con él has nacido, con
él viniste, con él te irás", sentenció, abriendo los ojos de tal modo, que
en sus humores vítreos vi, desnuda y pura, la verdad.
"¿Crees en la reencarnación? ", preguntó,
agitando las caracolas en sus manos.
"No. Ya no", respondí.
"He de decírtelo, empero. Aunque cuando salgas
por esa puerta lo hayas olvidado. Y me hayas olvidado a mí y a todos los demás.
Volverás a tu vida corriente, a tus montañas de platos sucios, al ruido de las
calles, a las lágrimas del cielo y a la cárcel de tu mundo. ¡Oh, mujer! He de
decírtelo, empero. Llevas el alma del poeta maldito, y en tu frente luce como
una estrella errante. Nada de lo que has escrito te pertenece. Alcanzarás fama
y gloria y, en ocasiones propicias, cuando Fortuna te sonría (aunque lo propio
es que se burle de ti las más de las veces), también oropeles, y, entonces,
podrás pagarme el óbolo que me adeudas. ¿No te parece irónico? Tú que no sabes
lo que es la absenta, tú que jamás gustaste los vapores del láudano o la
morfina, tú ignorante, que no sabes lo que es amar ni ser amado por la amada
que muerta en tus brazos, aún susurra tu nombre: Edgar...y su aliento recuerda
los tallos frescos de las begoñas en la pradera. Tú, mujer simple de sueños
grandes, brillarás, pero brillarás con su luz. La luz de la linterna ciega que
sus adoradores depositaron en la fría lápida improvisada por la morgue. Desde
el subsuelo, escarabajos y otras criaturas palúdicas inventan lo que el Gran
Dictador quiere que escribas..."
Ella no me vio venir, porque sus iris azul pálido
habíanse traspuesto hacia el más allá. Luchaba contra las náuseas mientras la
faca de ámbar esmaltado seccionaba su garganta y secaba para siempre ese don
suyo para la palabra. Es cierto, siempre he sido muy nerviosa, pero esta vez el
pulso no me falló. Sólo las palomas en el balcón junto al Mediterráneo fueron
mis testigos. ¡Si las palomas hablaran! ¡Pero no! ¡Ja, ja, ja! Como sabía que
ellas no me traicionarían, subí al palomar y oculté el cuerpo de la vieja entre
las plumas y algunos rollos de cuerda que la arpía usaba para hacer sus
repugnantes rituales de sacrificio y amarres. Cuando iba a salir, sin querer,
tropecé con algún objeto de aquel galimatías y pude contemplar los ojos de la
vieja, abiertos de par en par. El rostro abotargado, las cejas contraídas, ¡y
esas pupilas achicadas por el odio, dirigidas hacia mí! Limpié la sangre con
esmero, borré mis huellas y salí de allí. Como un ladrón en la noche. Había
matado a la vieja, y no sabía muy bien cómo sentirme.
Pasó mucho tiempo y, en efecto, se cumplieron los
pronósticos de la astróloga. La gente me paraba por la calle. Firmaba
autógrafos. Mi rostro se convirtió en lo que se dice popular. Participaba en
conferencias, tertulias y debates. Hasta quedé finalista para un importante
premio literario, el Galatea. Desde pequeña soñaba con comprar un atelier. Nada
más que un desván con un pequeño palomar y vistas al mar. Por casualidad lo
encontré en una página de anuncios clasificados. Anoté el teléfono y concerté
una cita con el agente de la inmobiliaria. Mi excitación iba en aumento. ¡Según
los planos que me había enviado, el enclave era ideal para concluir mi obra
maestra! ¡Mi obra maestra! ¡Cuán estúpido suena ahora! Según el muchacho de la
agencia y yo íbamos subiendo, mi memoria encapsulada, no, no, no, dormida por
siglos, ¡por siglos! despertó y supe justo, entonces, dónde me hallaba.
"¿Qué le pasa?" ¡Está pálida! Tome usted asiento", se ofreció el
muchacho. Y el pulso del mar en mis venas, en mi cabeza, aumentaba.
¡Allí estaba, incólume, como si el tiempo no hubiera
pasado, aquel nauseabundo contenedor de profecías! "No es nada",
asentí levemente, ligeramente mareada. El joven me sonreía con simpatía.
Realmente era un niño. "He leído todos sus libros", susurró.
"Mentira", pensé. "Nunca he escrito nada. Mecanógrafa,
acaso". Y el latido del mar, incesante, en el fondo del cuadro, las
palomas coreando y el muchacho, arrodillado ante mí como en una extraña
anunciación. El agente, indolente, seguía ahora hablando de las bondades del
atelier. Se caía a pedazos, sí, pero la panorámica, la panorámica no tenía
precio. Y, además, decían que estaba embrujada por el fantasma de una vieja
clarividente asesinada en extrañas circunstancias. De su cuerpo nunca se
supo...
Al tiempo que esto decía, el mar, la tierra, el
atelier, el universo temblaron en tal forma que el pálpito nos atravesó a los
dos y nos unió en innatural abrazo. ¡Horrible forma del ser en sombras, que se
movía y respiraba! ¡Por dios y su corte angélica, ella estaba viva, se movía y
respiraba! Estratos y estratos de plumas y pulmones cubríanla, y aún así
aquella cosa, espíritu o sombra, poseía un corazón que latía al ritmo del mar,
la tierra, el atelier y el universo. El muchacho -tierno novillo entregado
dócilmente a la hecatombe- me miró y me dijo: "¿Lo ha sentido?"
Retórico e ilógico fue el beso que le di en los labios, como retórica e ilógica
había sido su pregunta. "¡Maldito seas, maldito como yo, maldito como
Edgar, maldito como ella! Y señalé allí donde se originaba la vibración, bajo
el improvisado almohadón de plumas. Y grité, muy cerca de su oído derecho,
perforándolo: "¿Es que no lo ves? ¿No sabes ya, hijo del hombre, que son
los latidos de su espantoso corazón? “En un paroxismo mi faca, fría como la
luna de invierno, se hundió en su garganta varonil y mansa. ¡Tenía que hacerlo!
¡No podían quedar testigos! Pronto el muchacho fue sólo un bulto oscuro, ¡más
el corazón de la vieja seguía latiendo, y con más fuerza si cabe! Aterrada, me
acerqué con sigilo al lecho de plumas y comencé a retirar capa tras capa. Bajo
la espesura...polvo, y bajo el polvo...nada.
La patrulla de paisano (gesto de condescendencia hacia
personaje público de tal calibre) me esperaba en el rellano de la escalera. El
mar, la tierra, el atelier y el universo habían enviado a la comisaría central
la onda expansiva de mi grito histérico y ya estaban dando parte a las
corresponsalías en territorio nacional y extranjero del horripilante colofón de
mi primer crimen.
Por Paqui Castillo
Lectura dramatizada del cuento por Paqui Castillo.
Organizadas por:
Máster en Gestión del
Patrimonio Literario y Lingüístico Español
Departamento de Filología Española I,
Filología Románica y Filología Italiana
Vicedecanato de Calidad y Espacio
Europeo de la Facultad de Filosofía y Letras
Colabora: Librerías Prometeo
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