No son pocos los filósofos, como Antonio Escohotado, que
afirman que la función básica del ser humano, aparte de sobrevivir y
procrear, es la difusión del conocimiento, del saber, para desafiar a la
Naturaleza; es decir, a la muerte. El mayor desafío planteado por el
ser humano es, precisamente, el arte en todas sus disciplinas. Ese
proceso de divulgación del saber supone una transformación de lo que es
en lo que debería ser (o quisiéramos que fuese), y es absolutamente
clave el papel que desempeñan los diálogos o trasvases entre distintas
disciplinas como pueden ser la literatura y el cine, por ejemplo. Nos
enseñan a mirar, a sentir.
Todo saber se construye sobre
el anterior y así sucesivamente. Menciono esto porque estamos de
enhorabuena. Durante la primera sesión de las X Jornadas de Literatura y
Cine en la UMA, celebradas el pasado 25 y 26 de febrero, se presentó un
proyecto que viene a limar las sempiternas diferencias
(artificiosamente orquestadas por ciertos sectores académicos y
populares) entre literatura y cine. La revista Trasvases entre la literatura y el cine surge para intentar paliar errores de base,
prejuicios y todo tipo de desmanes teóricos y prácticos relacionados con
esa relación tan problemática, tanto a través de monográficos como de
una sección miscelánea permanente.
Tras agradecer su
apoyo y ayuda al Servicio de Publicaciones y Divulgación Científica de
la Universidad de Málaga (y en particular a su directora, Rosario
Moreno-Torres, y a la jefa de sección, Eva Alarcón Fanjul), el profesor
Rafael Malpartida, fundador de la revista, dijo que «La historia de las
adaptaciones es la de un gran enfado», mientras mostraba una serie de
comentarios extraídos de Internet sobre adaptaciones de obras
literarias, y a continuación algún testimonio de la crítica
especializada. Tanto a nivel popular como académico, es generalizada la
crítica hacia el cine: se considera incluso que envilece a la
literatura, y se llega al extremo de vilipendiar una adaptación que aún
no se ha realizado (como la anunciada por Netflix de Cien años de
soledad, en este caso a través de una serie televisiva). Por eso Trasvases entre la literatura y el cine (como se indica en la sección
“Enfoque y alcance”) «se dedica a explorar las múltiples conexiones
entre ambas disciplinas artísticas, especialmente las adaptaciones
cinematográficas de textos literarios, la influencia del cine en la
novelística, sus vinculaciones temáticas y la reflexión teórica y
metodológica sobre el modo de abordar su estudio comparativo, sin
establecer jerarquías entre las dos artes ni situar en el centro del
análisis la exigencia de la fidelidad del texto fílmico al literario». Y
es que «nadie, ni el propio autor original, debería mantener
cautiva una obra», concluyó Rafael Malpartida citando un artículo para
la revista del invitado Antonio Míguez Santa Cruz, coordinador del
primer monográfico de Trasvases, dedicado a la narrativa japonesa y el
cine.
En su intervención, Antonio Míguez Santa Cruz
(Universidad de Córdoba), consumado especialista en la materia, habló de
ese espectro (como lo fue Marx para Jacques Derrida) que para muchos de
nosotros es la literatura y el cine de Japón, algo que siempre está sin
estarlo, algo que no acabamos de comprender pero nos golpea de lleno,
por sorpresa. Partiendo de una breve sinopsis histórica, acompañada de
referencias a la religión sintoísta o al budismo, el conferenciante se
centró en una cuestión esencial: los japoneses adoptan diversos formatos
narrativos sin prejuicios ni problemas. «Tienen gran capacidad
adaptativa, los textos van del cine al teatro, o de la novela al cine, y
viceversa. Creo que se debe a que es una cultura en la que la narración
es oral, la base es oral, y no se han olvidado de esa cuestión».
Para
ejemplificar estas ideas, Antonio Míguez nos presentó cuatro
adaptaciones, a cada cual más interesante. La primera, Cuentos de la
luna pálida, dirigida por Kenji Mizoguchi, es una adaptación
entremezclada de dos relatos, «El caldero» y «La serpiente», del libro
La luna de las lluvias, de Ueda Akinari. Partiendo del género
fantástico, en el que el protagonista se enamora de un espectro, el
director trata mediante un juego minimalista de luces y sombras el papel
de la mujer en Japón. La segunda es igualmente todo un clásico, la
adaptación que llevó a cabo Akira Kurosawa de La tragedia de Macbeth, de
William Shakespeare, y que trasladó al Japón de los samuráis, al siglo
XV (con el título de Trono de sangre), haciendo alarde de que en el cine
el trasvase espacio-tiempo puede llevarse a cabo con sencillez y
normalidad. La tercera, Battle Royale, una adaptación a cargo del
director Kinji Fukasaku de la novela homónima de Koushun Takami,
consiste en una representación de Japón, un país que se recupera de la
humillación de la Segunda Guerra Mundial y que se enfrenta con sus
complejos endémicos: arte, ecologismo, tecnología, tradiciones… Es un
lugar colapsado, distópico y violento que ejemplifica el mundo
contemporáneo o su deriva. La cuarta, Silencio, es una adaptación de
Martin Scorsese de la novela con el mismo título de Shūsaku Endō. Ambas
narran la historia de un jesuita que se lanza a la evangelización de
Japón en el siglo XVI, pero que acaba apostatando y convirtiéndose al
budismo. Destaca Míguez que, pese a ser una película notable en el
aspecto formal, alberga tanta voluntad de parecerse al texto literario
que se altera el lenguaje fílmico: «Hay escenas que parecen un injerto
literal del libro, lo que constriñe y limita el lenguaje fílmico»,
concluyó el ponente.
Fueron cuatro adaptaciones, cada una
con su propia idiosincrasia adaptativa, pero que permiten, justamente,
romper una lanza a favor de la equiparación crítica entre las dos artes,
algo que no debería ejecutarse en términos estrictamente comparativos,
ya que son lenguajes distintos, autónomos (el lenguaje del cine sigue
siendo un desconocido para la mayoría). Esta diferencia se refleja, por
ejemplo, en la película de Mizoguchi donde el fantasma aterrador de los
cuentos se transforma en un espectro moralizante; o en cómo el cine se
salta el espacio-tiempo para llevar, gracias a Kurosawa, a Shakespeare
al siglo XV japonés; o cómo influyen los contextos sociales en las
adaptaciones, algo prominente en el caso de Battle Royale, reflejo de la
derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial; y por último, en el caso
de Silencio, la nefasta idea de la pretendida “fidelidad” entre la
literatura y el cine, venero de tantos y tantos prejuicios.
En
resumen, el arte, la autonomía para crear, es lo único que nos salva.
Es más, por mucho que ciertos autores intenten aprisionar su creación,
las obras cogen caminos inesperados y evolucionan en distintos formatos,
ya sea cine, literatura o teatro. Son nuevas miradas a lo largo del
tiempo, reflejos de una vida propia que tenemos el privilegio de
contemplar, pero no solo eso, también de analizar, proponer y llevar a
cabo el diálogo entre ellas porque no existe una disciplina mejor que
otra. Trasvases entre la literatura y el cine, Malpartida y Míguez nos
llevaron, paso a paso, a lo que debería ser.
Crónica de Carlos G. Pranger
··········
Dirección de las Jornadas:
Rafael Malpartida Tirado y Manuel España Arjona
Organizadas por:
Máster en Gestión del
Patrimonio Literario y Lingüístico Español
Dpto. de Filología Española, Italiana, Románica, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
Vicedecanato de Estudiantes, Orientación, Cultura y Comunicación de la Facultad de Filosofía y Letras
No hay comentarios:
Publicar un comentario