domingo, 8 de marzo de 2020

X Jornadas de Literatura y Cine: crónica de la primera sesión


    No son pocos los filósofos, como Antonio Escohotado, que afirman que la función básica del ser humano, aparte de sobrevivir y procrear, es la difusión del conocimiento, del saber, para desafiar a la Naturaleza; es decir, a la muerte. El mayor desafío planteado por el ser humano es, precisamente, el arte en todas sus disciplinas. Ese proceso de divulgación del saber supone una transformación de lo que es en lo que debería ser (o quisiéramos que fuese), y es absolutamente clave el papel que desempeñan los diálogos o trasvases entre distintas disciplinas como pueden ser la literatura y el cine, por ejemplo. Nos enseñan a mirar, a sentir. 

    Todo saber se construye sobre el anterior y así sucesivamente. Menciono esto porque estamos de enhorabuena. Durante la primera sesión de las X Jornadas de Literatura y Cine en la UMA, celebradas el pasado 25 y 26 de febrero, se presentó un proyecto que viene a limar las sempiternas diferencias (artificiosamente orquestadas por ciertos sectores académicos y populares) entre literatura y cine. La revista Trasvases entre la literatura y el cine surge para intentar paliar errores de base, prejuicios y todo tipo de desmanes teóricos y prácticos relacionados con esa relación tan problemática, tanto a través de monográficos como de una sección miscelánea permanente. 

    Tras agradecer su apoyo y ayuda al Servicio de Publicaciones y Divulgación Científica de la Universidad de Málaga (y en particular a su directora, Rosario Moreno-Torres, y a la jefa de sección, Eva Alarcón Fanjul), el profesor Rafael Malpartida, fundador de la revista, dijo que «La historia de las adaptaciones es la de un gran enfado», mientras mostraba una serie de comentarios extraídos de Internet sobre adaptaciones de obras literarias, y a continuación algún testimonio de la crítica especializada. Tanto a nivel popular como académico, es generalizada la crítica hacia el cine: se considera incluso que envilece a la literatura, y se llega al extremo de vilipendiar una adaptación que aún no se ha realizado (como la anunciada por Netflix de Cien años de soledad, en este caso a través de una serie televisiva). Por eso Trasvases entre la literatura y el cine (como se indica en la sección “Enfoque y alcance”) «se dedica a explorar las múltiples conexiones entre ambas disciplinas artísticas, especialmente las adaptaciones cinematográficas de textos literarios, la influencia del cine en la novelística, sus vinculaciones temáticas y la reflexión teórica y metodológica sobre el modo de abordar su estudio comparativo, sin establecer jerarquías entre las dos artes ni situar en el centro del análisis la exigencia de la fidelidad del texto fílmico al literario». Y es que «nadie, ni el propio autor original, debería mantener cautiva una obra», concluyó Rafael Malpartida citando un artículo para la revista del invitado Antonio Míguez Santa Cruz, coordinador del primer monográfico de Trasvases, dedicado a la narrativa japonesa y el cine. 


    En su intervención, Antonio Míguez Santa Cruz (Universidad de Córdoba), consumado especialista en la materia, habló de ese espectro (como lo fue Marx para Jacques Derrida) que para muchos de nosotros es la literatura y el cine de Japón, algo que siempre está sin estarlo, algo que no acabamos de comprender pero nos golpea de lleno, por sorpresa. Partiendo de una breve sinopsis histórica, acompañada de referencias a la religión sintoísta o al budismo, el conferenciante se centró en una cuestión esencial: los japoneses adoptan diversos formatos narrativos sin prejuicios ni problemas. «Tienen gran capacidad adaptativa, los textos van del cine al teatro, o de la novela al cine, y viceversa. Creo que se debe a que es una cultura en la que la narración es oral, la base es oral, y no se han olvidado de esa cuestión». 

    Para ejemplificar estas ideas, Antonio Míguez nos presentó cuatro adaptaciones, a cada cual más interesante. La primera, Cuentos de la luna pálida, dirigida por Kenji Mizoguchi, es una adaptación entremezclada de dos relatos, «El caldero» y «La serpiente», del libro La luna de las lluvias, de Ueda Akinari. Partiendo del género fantástico, en el que el protagonista se enamora de un espectro, el director trata mediante un juego minimalista de luces y sombras el papel de la mujer en Japón. La segunda es igualmente todo un clásico, la adaptación que llevó a cabo Akira Kurosawa de La tragedia de Macbeth, de William Shakespeare, y que trasladó al Japón de los samuráis, al siglo XV (con el título de Trono de sangre), haciendo alarde de que en el cine el trasvase espacio-tiempo puede llevarse a cabo con sencillez y normalidad. La tercera, Battle Royale, una adaptación a cargo del director Kinji Fukasaku de la novela homónima de Koushun Takami, consiste en una representación de Japón, un país que se recupera de la humillación de la Segunda Guerra Mundial y que se enfrenta con sus complejos endémicos: arte, ecologismo, tecnología, tradiciones… Es un lugar colapsado, distópico y violento que ejemplifica el mundo contemporáneo o su deriva. La cuarta, Silencio, es una adaptación de Martin Scorsese de la novela con el mismo título de Shūsaku Endō. Ambas narran la historia de un jesuita que se lanza a la evangelización de Japón en el siglo XVI, pero que acaba apostatando y convirtiéndose al budismo. Destaca Míguez que, pese a ser una película notable en el aspecto formal, alberga tanta voluntad de parecerse al texto literario que se altera el lenguaje fílmico: «Hay escenas que parecen un injerto literal del libro, lo que constriñe y limita el lenguaje fílmico», concluyó el ponente. 


    Fueron cuatro adaptaciones, cada una con su propia idiosincrasia adaptativa, pero que permiten, justamente, romper una lanza a favor de la equiparación crítica entre las dos artes, algo que no debería ejecutarse en términos estrictamente comparativos, ya que son lenguajes distintos, autónomos (el lenguaje del cine sigue siendo un desconocido para la mayoría). Esta diferencia se refleja, por ejemplo, en la película de Mizoguchi donde el fantasma aterrador de los cuentos se transforma en un espectro moralizante; o en cómo el cine se salta el espacio-tiempo para llevar, gracias a Kurosawa, a Shakespeare al siglo XV japonés; o cómo influyen los contextos sociales en las adaptaciones, algo prominente en el caso de Battle Royale, reflejo de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial; y por último, en el caso de Silencio, la nefasta idea de la pretendida “fidelidad” entre la literatura y el cine, venero de tantos y tantos prejuicios. 

    En resumen, el arte, la autonomía para crear, es lo único que nos salva. Es más, por mucho que ciertos autores intenten aprisionar su creación, las obras cogen caminos inesperados y evolucionan en distintos formatos, ya sea cine, literatura o teatro. Son nuevas miradas a lo largo del tiempo, reflejos de una vida propia que tenemos el privilegio de contemplar, pero no solo eso, también de analizar, proponer y llevar a cabo el diálogo entre ellas porque no existe una disciplina mejor que otra. Trasvases entre la literatura y el cine, Malpartida y Míguez nos llevaron, paso a paso, a lo que debería ser.    
                                                                                                                                                                    Crónica de Carlos G. Pranger 

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Dirección de las Jornadas:
Rafael Malpartida Tirado y Manuel  España Arjona

Organizadas por: 
Máster en Gestión del Patrimonio Literario y Lingüístico Español 
Dpto. de Filología Española, Italiana, Románica, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
Vicedecanato de Estudiantes, Orientación, Cultura y Comunicación de la Facultad de Filosofía y Letras



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